Mientras millones de estadounidenses luchan contra la pobreza, la inseguridad alimentaria y la falta de vivienda, el gobierno de Estados Unidos ha destinado la astronómica cifra de 5.8 billones de dólares a financiar guerras en Medio Oriente y Afganistán durante las últimas dos décadas. Esta suma, que supera el PIB de la mayoría de países del mundo, revela una prioridad clara del establishment estadounidense: invertir en destrucción y muerte antes que en el bienestar de su propia población.
El costo de la máquina de guerra.
Las cifras son devastadoras y ponen en evidencia la verdadera naturaleza del complejo militar-industrial estadounidense. Según el proyecto “Costs of War” del Watson Institute de la Universidad de Brown, las guerras posteriores al 11 de septiembre han causado 940,000 muertes directas y se estima que las muertes indirectas podrían alcanzar entre 3.6 y 3.8 millones de personas. Esto significa que el total de fallecidos por las intervenciones militares estadounidenses podría acercarse a los 4.7 millones de seres humanos.
El desglose financiero es igualmente alarmante. De los 5.8 billones gastados, aproximadamente 2.1 billones fueron directamente al Departamento de Defensa, 1.1 billones al Departamento de Seguridad Nacional, y más de 1 billón adicional en intereses de la deuda generada para financiar estas guerras. Es decir, las futuras generaciones de estadounidenses seguirán pagando por estas aventuras militares durante décadas.
La cruel paradoja: Guerra vs. Bienestar social
Para dimensionar la magnitud de este despilfarro, es necesario compararlo con la realidad que viven millones de estadounidenses vulnerables. Actualmente, 36.8 millones de personas viven en pobreza en Estados Unidos, representando el 11.1% de la población. Además, más de 770,000 personas se encuentran sin hogar, la cifra más alta registrada desde 2007, y 18 millones de hogares sufren inseguridad alimentaria.
Los 5.8 billones destinados a la guerra podrían haber transformado radicalmente estas estadísticas. Esta cantidad equivale a casi 4 años completos del presupuesto de Seguridad Social, que en 2024 ascendió a 1.5 billones de dólares y beneficia a 69 millones de estadounidenses. Alternativamente, podría financiar el programa SNAP (cupones de alimentos) durante 48 años consecutivos, alimentando a los 41 millones de estadounidenses que dependen de esta asistencia.
Más impactante aún: con el dinero gastado en guerra, se podría elevar por encima de la línea de pobreza a 386 millones de personas durante un año completo, lo que representa más de 10 veces todos los estadounidenses actualmente en situación de pobreza. Mientras tanto, el presupuesto total de programas de bienestar social apenas alcanza 1.048 billones de dólares anuales, menos de una quinta parte de lo gastado en dos décadas de guerra.
Los verdaderos beneficiarios: el complejo militar-industrial
La pregunta fundamental es: ¿quién se beneficia realmente de esta maquinaria de muerte? La respuesta es clara y documentada. Las cinco principales corporaciones de defensa estadounidenses —Lockheed Martin, Boeing, Raytheon, General Dynamics y Northrop Grumman— han sido las grandes ganadoras de esta necro-política.
Solo en 2021, estas cinco empresas recibieron 116 mil millones de dólares en contratos del Pentágono. Lockheed Martin, el mayor contratista de defensa del mundo, reportó ingresos de 71 mil millones de dólares en 2024, un aumento del 5.14% respecto al año anterior. Raytheon, General Dynamics y Northrop Grumman han mostrado tendencias similares, con sus acciones superando consistentemente al mercado durante los períodos de mayor intensidad bélica.
Estas corporaciones han gastado 2.5 mil millones de dólares en cabildeo durante las últimas dos décadas, empleando más de 700 lobistas por año, es decir, más de uno por cada miembro del Congreso. Esta inversión en influencia política les ha garantizado un flujo constante de contratos gubernamentales, independientemente de la necesidad estratégica de los conflictos.
La obscena desigualdad de los señores de la guerra
Mientras los soldados estadounidenses arriesgan sus vidas por un salario promedio de 64,000 dólares anuales para personal con diez años de experiencia, los CEOs de las principales contratistas de defensa se embolsan compensaciones estratosféricas. En 2021, los cinco principales ejecutivos recibieron un total de 287 millones de dólares en compensación, con cada CEO ganando entre 18 y 23 millones de dólares anuales.
James Taiclet de Lockheed Martin recibió 18.1 millones de dólares, mientras que otros ejecutivos del sector obtuvieron cantidades similares. Esto significa que un CEO de una contratista de defensa gana 897 veces más que un soldado con experiencia, una desproporción que evidencia quién realmente se beneficia del negocio de la guerra.
El papel de Wall Street y los fondos de inversión
Los grandes fondos de inversión también han capitalizado la guerra. Vanguard, uno de los gestores de activos más grandes del mundo, mantiene 243.7 mil millones de dólares invertidos en contratistas militares, representando el 3.62% de sus activos totales bajo gestión. BlackRock y otros gigantes financieros han seguido patrones similares, convirtiendo la muerte y destrucción en dividendos para sus accionistas.
Estos fondos, que manejan los ahorros de jubilación de millones de estadounidenses, han encontrado en la guerra una fuente de rentabilidad constante. La lógica perversa del sistema es evidente: mientras más conflictos, mayor demanda de armamento y mayores ganancias para los inversores.
El sistema financiero: cómplice y beneficiario
Los bancos también han jugado un papel crucial en la financiación de la guerra. A través de la emisión de deuda gubernamental, las instituciones financieras han obtenido billones en intereses por prestar el dinero necesario para financiar estos conflictos. El resultado es un ciclo vicioso donde la guerra genera deuda, la deuda genera intereses, y los intereses se convierten en ganancias para el sector financiero.
Este sistema ha creado incentivos perversos donde ciertos sectores de la economía estadounidense dependen estructuralmente de la guerra para mantener su rentabilidad. Como señaló el presidente Eisenhower en su discurso de despedida en 1961, el complejo militar-industrial representa una amenaza para la democracia estadounidense.
La tragedia de las prioridades nacionales
Mientras 5.8 billones de dólares se destinaron a sembrar muerte y destrucción en tierras lejanas, Estados Unidos mantiene cifras vergonzosas de vulnerabilidad social. Con 36.8 millones de personas en pobreza, 770,000 sin hogar, y 18 millones de hogares con inseguridad alimentaria, la pregunta sobre las prioridades nacionales se responde por sí sola.
La respuesta a “¿a quién beneficia la guerra?” es inequívoca: beneficia a una élite de contratistas de defensa, ejecutivos corporativos, fondos de inversión y bancos que han convertido la guerra en su modelo de negocio más rentable. Mientras tanto, millones de estadounidenses continúan luchando por necesidades básicas que podrían haberse satisfecho con una fracción de los recursos destinados a la maquinaria de guerra imperial.
El costo de oportunidad es abrumador: cada bomba lanzada representa escuelas sin construir, hospitales sin financiar, programas sociales recortados y un futuro hipotecado para las próximas generaciones. Esta es la verdadera factura de las guerras imperiales estadounidenses: no solo las vidas perdidas en campos de batalla distantes, sino también las oportunidades negadas a quienes más las necesitan en suelo estadounidense.
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