Donald Trump, presidente de Estados Unidos, arremetió contra Alexandra Ocasio Cortez
Donald Trump, presidente de Estados Unidos, arremetió contra Alexandra Ocasio Cortez

Trump vs. Ocasio-Cortez: el reflejo de un sistema que no tolera los límites

El pasado 21 de junio, el presidente Donald Trump ordenó ataques militares contra instalaciones iraníes sin autorización del Congreso de Estados Unidos. Las críticas llegaron desde distintos frentes, incluyendo legisladores demócratas que señalaron la violación del marco constitucional. Una de ellas fue Alexandria Ocasio-Cortez, quien pidió iniciar un proceso de destitución. 

La respuesta de Trump fue inmediata. En su red social Truth Social atacó a la congresista con insultos personales: la llamó “estúpida”, “una de las más tontas del Congreso”, y la acusó de “odiar a Estados Unidos”. El mensaje, lejos de responder a los cuestionamientos legales, desvió el foco con ataques personales y descalificaciones. 

Pero este episodio no es nuevo, ni excepcional. Forma parte de un patrón de comportamiento que se ha repetido a lo largo de toda su carrera política: Trump responde con violencia verbal cada vez que alguien —especialmente una mujer, una persona racializada o una figura disidente— lo interpela o le exige rendición de cuentas. 

No es una provocación: es su forma de gobernar 

Desde su llegada al poder, Trump ha construido un estilo basado en la confrontación, la humillación y la agresividad. No es un gesto impulsivo: es una estrategia política. Ataca a quienes considera “peligrosos” no por sus ideas, sino por lo que representan. Ya lo ha hecho con juezas, congresistas, periodistas, líderes migrantes, afrodescendientes y activistas. 

Su regla parece simple: quien lo contradice, debe ser deslegitimado públicamente. Y para eso, recurre a un lenguaje cargado de racismo, clasismo y desprecio. No debate, impone; no responde, insulta; no gobierna con diálogo, sino con intimidación.

Un estilo que refuerza desigualdades 

Esta conducta no solo refleja una personalidad autoritaria, sino un tipo de liderazgo basado en una lógica muy antigua: la del poder como dominio. En ese modelo, la política no es espacio de diálogo, sino de control. Y quien cuestiona ese control, sobre todo si proviene de los márgenes —por género, origen, edad o clase—, es percibido como una amenaza. 

Cuando Trump se burla de los barrios de congresistas como Ocasio-Cortez, tilda de “sucias” a las ciudades que representan o insinúa que no tienen capacidad intelectual, está reproduciendo una visión del mundo que históricamente ha vinculado lo no-blanco, lo popular, lo migrante y lo femenino con lo inferior. 

Distintos informes, como los del Southern Poverty Law Center y el Center for American Women and Politics, han documentado cómo este tipo de discursos están directamente relacionados con el crecimiento de la violencia política en redes y en la vida pública. 

¿Por qué grita el poder? 

Para la historiadora Lucía Cavallero, lo que detona este tipo de reacción no es el desacuerdo en sí, sino el hecho de que alguien marque un límite. Y más aún si quien lo hace representa todo aquello que ha sido históricamente excluido del poder: mujeres, personas racializadas, jóvenes, trabajadoras. 

“Trump no se defiende. Se reafirma como el dueño del poder. Para él, que una mujer lo acuse no es un acto democrático: es una falta de respeto”, resume Mariana González, socióloga especialista en violencia política de género. 

Este estilo de liderazgo ha sido descrito como una masculinidad autoritaria: una forma de ejercer el poder que no sabe rendir cuentas, que necesita imponerse, y que reacciona con rabia ante la pérdida de control. 

No es solo Trump. Es el sistema 

El problema no es únicamente Trump como figura política. Es el sistema que lo permite y lo reproduce. Uno que históricamente ha definido el poder como algo masculino, blanco, violento y vertical. Y que ve con temor el surgimiento de liderazgos que representan otros valores: justicia social, inclusión, límites institucionales, ética del cuidado.

Cuando alguien como Trump responde con gritos, insultos y amenazas, no está mostrando fuerza. Está mostrando miedo. Miedo a que el poder ya no le pertenezca solo a quienes lo han monopolizado por siglos. 

Lo ocurrido el 21 de junio no fue un error, ni una exageración. Fue una expresión clara de un poder que se siente acorralado. Que no tolera ser fiscalizado. Y que responde con violencia cuando se le exige legalidad, respeto o justicia. una forma de poder que necesita imponerse, no negociar; dominar, no convencer; controlar, no rendir cuentas. La figura de Trump encarna esa masculinidad, pero no es un caso aislado: es un síntoma de un orden político construido sobre la exclusión sistemática de las mujeres (como Ocasio-Cortez) del centro de decisión. 

Trump grita porque ese poder se tambalea. 

Y en ese grito, lo que se revela no es liderazgo, sino una crisis. 

La crisis de un sistema que ya no puede gobernar sin ser interpelado. 

Las que no se callan, las que ya gobiernan 

Este fenómeno no ocurre en un vacío. En América Latina, el ascenso de liderazgos femeninos como Claudia Sheinbaum (México), Xiomara Castro (Honduras) y Francia Márquez (Colombia) está revelando otras formas de ejercer el poder que se alejan del mandato patriarcal. Gobernar, en estos casos, ya no es mandar ni castigar, sino escuchar, redistribuir, reparar. 

Una ruptura radical con el modelo masculino del “hombre fuerte”. 

En contraste con la reacción patriarcal y violenta de Trump, estas mujeres están proponiendo una ética del poder vinculada al cuidado, la comunidad y la justicia social. No como una “alternativa blanda”, sino como una forma de enfrentar los efectos más destructivos del neoliberalismo y del autoritarismo. 

Conclusión: el límite ha sido marcado 

El conflicto entre Trump y Ocasio-Cortez es más que una disputa coyuntural. Es una síntesis de época: el viejo orden que se resiste a morir, y los nuevos sujetos políticos que no temen enfrentarlo.

Ponerle un límite a un hombre que concentra poder, que representa lo más autoritario de la política imperial y que basa su legitimidad en el miedo, es un acto político de alto riesgo. Pero también es un acto fundacional de las democracias por venir. 

Trump reacciona como reacciona el patriarcado cuando se sabe cercado: con violencia. AOC responde como responden quienes ya no aceptan ser subordinadas: con claridad, con legitimidad, y con firmeza. 

Y eso, marca un antes y un después en la historia del poder político. 

El mundo no está dispuesto a ignorar lo que no está bien

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