La violencia sexual como arma de guerra
La violencia sexual como arma de guerra / Asociación Por Ti Mujer

Violencia sexual como arma de guerra: el rostro silenciado de los conflictos

En medio de una creciente tensión global que amenaza con nuevos enfrentamientos armados, este 19 de junio se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos. 

La fecha, proclamada por la Asamblea General de la ONU en 2015, busca visibilizar uno de los crímenes más atroces, sistemáticos y persistentes en escenarios bélicos. El uso de la violencia sexual como táctica de guerra, dominación y terror.

Pese a los compromisos internacionales y a las reiteradas declaraciones de organismos multilaterales, la violencia sexual continúa siendo una práctica extendida, invisibilizada e impune en conflictos armados de todo el mundo. 

Desde Gaza hasta Ucrania, pasando por Sudán o Myanmar, cientos de miles de mujeres, niñas y personas LGBTIQ+ han sido violentadas sexualmente por fuerzas estatales, grupos armados y milicias, con fines que van desde la humillación del enemigo hasta el desplazamiento forzado o la limpieza étnica.

Expertas en derechos humanos advierten que estos crímenes rara vez son juzgados, a pesar de su magnitud y su carácter sistemático. Mariana Rincón, abogada especialista en derecho internacional humanitario señala:

“El cuerpo de las mujeres sigue siendo un campo de batalla donde se disputa el poder. Lo que debería indignarnos no es solo que exista un día para denunciarlo, sino que tengamos que seguir exigiendo su erradicación mientras las guerras se multiplican”

Casos recientes confirman que esta violencia no es una excepción ni un exceso, sino una herramienta de guerra deliberada. 

  • En la región de Tigray, Etiopía, se han documentado violaciones colectivas como método de represión. 
  • En Birmania, la ONU ha confirmado patrones similares contra mujeres rohingya. 
  • En Palestina, organizaciones civiles alertan sobre la ausencia de investigaciones independientes respecto a posibles crímenes sexuales cometidos durante incursiones militares y detenciones masivas.

De acuerdo con el marco legal internacional, estos actos pueden constituir crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad o incluso actos de genocidio. Sin embargo, la rendición de cuentas sigue siendo una excepción en lugar de la norma, y las estructuras institucionales que proclaman compromisos suelen carecer de mecanismos eficaces para garantizar justicia y reparación.

Desde los feminismos críticos se denuncia no sólo la persistencia de estos crímenes, sino también el doble discurso internacional. Mientras se enarbolan nociones de “libertad”, “paz” y “democracia” para justificar la intervención armada, se omite deliberadamente el impacto devastador que estos conflictos dejan en los cuerpos de mujeres, niñas y disidencias. El silencio cómplice frente a estos crímenes se convierte en parte del andamiaje de la guerra.

Al conmemorar esta fecha, el mensaje de fondo resulta, cuanto menos, paradójico. ¿Cómo hablar de eliminar la violencia sexual en los conflictos sin cuestionar los propios conflictos?

¿Cómo celebrar compromisos institucionales mientras se aprueban presupuestos militares y se multiplican los frentes de guerra?

En un mundo que normaliza la intervención armada como instrumento diplomático y que relega la justicia de género a comunicados anuales, la conmemoración de este día no debería ser un acto ceremonial, sino un recordatorio incómodo de la hipocresía estructural de la comunidad internacional.

Mientras existan guerras, la violencia sexual seguirá siendo un arma. Y mientras existan instituciones que proclamen condenas sin detener las causas, este día será, ante todo, un retrato del fracaso global.

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